Narrativa

Insomnio

Otra larga noche.

El techo me muestra formas familiares, la lámpara se burla desde su altar, el sueño no viene. Y la mente continúa con su vértigo. Intento en vano llamar al gran ausente.

Fijo la vista ya cansada en la vieja cortina. Curiosamente, descubro en ella un agujero de contornos perfectamente nítidos, justo frente a mi cama.

Eso que hasta ayer había pasado desapercibido, hoy cobra una relevancia inusual.

Me distrae, me desvela, me preocupa. Quiero ignorarlo, sin éxito. Clava su mirada oscura y vacía sobre mí. Entonces apago la luz, me tapo generosamente, le doy la espalda.

Y comienza el ardor, lacerante; flecha aguda y precisa que atraviesa todas las barreras y se clava, perforando la piel desnuda.

Nuevamente giro, siento que en su profundidad infinita el hueco cobra vida, me señala, me marca. Es una mira enorme, negra, que apunta, sin prisa, tomando el tiempo necesario para hacer un blanco perfecto.

Cada tanto, los coches tardíos de la calle le prestan su reflejo.

Enciendo el velador y me levanto. En un gesto ilusorio, enrosco la cortina, trato de ocultar bajo los pliegues a mi gran torturador.

Sentada en la cama, absorta, miro la tela amorfa. Sé que en su interior algo me vigila y decido liberarlo de su prisión inútil.

... ya casi amanece.
La calle me recibe con sus brazos de ébano. Sólo la pueblan algunos insomnes; como yo.

Pienso en el ojo, triunfante, refugiado en la tibieza del cuarto prolijamente ordenado, mientras espera su próxima víctima. 

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